La gran marcha de E. L. Doctorow

  La gran marcha es la del ejército de la Unión desde la caída de Atlanta hasta la rendición del general confederado Lee en Appomattox, Virginia, que supuso el final de la guerra civil norteamericana. He intentado buscar periódicos de la época para ilustrar una de mis sensaciones, pero obviamente en aquellos tiempos el periodismo no era tan inmediato como el de ahora. Se publicaba un semanario, el Harper´s Weekly, repleto de ilustraciones pero, como digo, no sirve a mi propósito.

Si esta guerra estuviera ocurriendo en estos momentos, todos conoceríamos al detalle los movimientos de ambos ejércitos. Habría análisis de las estrategias militares, fotos de cientos de esclavos liberados siguiendo al ejército unionista y cifras de víctimas y de heridos al instante. Quizá, como en la novela, el general Sherman obtendría un perfil completo y algo más de atención, pero también críticas muy duras por dejar escapar al general Johnston. De lo que no sabríamos nada hasta mucho después, o quizá nunca por su escaso interés informativo inmediato, sería de Pearl, la esclava blanca hija del amo, de las señoras sureñas desquiciadas porque lo han perdido todo, del médico militar Sartorius, del soldado con la púa en el cerebro o de Archy, el traidor loco.

En realidad, no hay nada que distinga a esta guerra de otras en la novela. Y quizá sea solo una sensación mía, pero el desprecio con el que Doctorow abandona a los personajes a su suerte después de centrarse en ellos solo durante unas páginas (incluso al gran general Sherman), sea una forma de decirnos que solo son una parte, que hay más en la gran marcha que también podrían ser protagonistas de novelas y que, sí, las guerras son mierdas destrozavidas.

Freddie Mercury de Peter Freestone

 Cuando antes de ayer terminé la reseña del libro de Jim Hutton tuve la impresión de que no había sido del todo sincera. El objetivo principal de este blog es hablar de sensaciones y en ese momento no describí ninguna, tan solo me limité a exponer y a criticar. Además, no sé si deliberadamente o no, no conté que lo leí en una sola tarde porque estaba en plena fiebre. Mal por mí.

Con Peter Freestone pretendo ser algo más justa. Primero, porque es un hombre encantador que soporta con paciencia y buen humor todas las preguntas que los fans suelen hacerle sobre Freddie. Segundo, porque es el único que sigue manteniendo vivo su recuerdo: acude a actos, da conferencias, cuenta anécdotas… Tercero, porque su libro es una descripción detallada no solo de los doce años que pasó junto a Freddie Mercury como asistente personal, sino de vestuarios, grabaciones de videos musicales, casas, comidas, cenas, cumpleaños, conciertos, novios… Cuarto, porque cuando se enfrenta a los temas difíciles, lo hace con sutilidad y con sentido del humor. Y quinto y último, porque a la honestidad hay que corresponder con honestidad.

Por todo eso he de contar que cuando terminé de leer su relato, en inglés y con muchas dificultades para captar todos los detalles, le escribí un mensaje tan sincero que creo que si él no se sintió incómodo al leerlo no importa porque ya lo hago yo ahora por los dos. No está bien avergonzarse de uno mismo pero tampoco lo está abrirse demasiado ante desconocidos, así que solo diré que le di las gracias. Por muchas cosas pero principalmente por demostrarme que el talento sin esfuerzo no vale nada y por enseñarme que la vida hay que vivirla. Y por ser el medio del mensaje.

Gracias, Peter.

Mercury and me de Jim Hutton

 Se acerca el 5 de Septiembre, el aniversario de la muerte de Freddie Mercury, y es difícil no acordarse de los tres únicos libros que he leído sobre él: Mercury and Me, An intimate memoir de Peter Freestone que pronto comentaré y una recopilación de sus palabras. Sé que hay muchos más pero también sé que un exceso de información, sobre todo cuando viene de fuentes dudosas, puede desembocar en confusión y frustración. Por eso escogí libros de personas que habían estado cerca de él. El resto no me interesa. Añado, como curiosidad, que es un libro imposible de encontrar en español y difícil en inglés. Tanto, que el mío que es de segunda mano tiene las hojas cuarteadas y manchadas de una sustancia que espero que sea café.

Jim Hutton fue el novio de Freddie Mercury durante casi diez años. En la contraportada asegura que su intención es la de responder a la honestidad de Freddie con un libro igual de honesto. ¿Y lo consigue? No sabría decir. Si por honestidad entiende dar detalles de cómo le gustaba hacer el amor a Freddie o de cómo fueron sus últimos minutos, sí, es honesto. Pero a mí me sobran. Quizá haya fans por el mundo que necesiten saberlo absolutamente todo, pero a mí me provocó sonrojo el tema sexual y mucha tristeza la parte innecesaria de su muerte.

Por otro lado, Hutton se muestra muy resentido con Mary Austin y con el entorno «financiero» de Freddie por lo que ocurrió con la herencia. Mary y Freddie estuvieron juntos en la década de los setenta y él siempre afirmó que Mary era su mejor amiga. Y por eso le dejó todo. A las personas que habían estado con él también las cuidó, pero la casa era de Mary y con ella se quedó. Jim tuvo que marcharse y eso no le gustó. A veces me pregunto qué hubiera ocurrido si Freddie hubiera sido heterosexual y Jim una mujer. ¿Habría recibido más apoyo legal y por qué no decirlo, social? Pero volviendo al tema de la honestidad… sacar trapos sucios no me parece honesto. Sobre todo porque Jim sabía que Mary jamás le replicaría.

Pese a todo, en el libro hay más amor del que yo estoy reflejando aquí. La certeza de que Jim traicionó a Freddie contando sus intimidades en este libro queda un poco en entredicho (¿las certezas se pueden cuestionar?) cuando se cierran sus tapas. Las memorias de Jim rezuman amor por Freddie y eso es algo que a cualquier fan le gustará aunque no sea honesto del todo.

EDITO: Por dios bendito, ¿qué tipo de fan soy que confundo el cumpleaños de Freddie (5 de Septiembre) con la fecha de su muerte (24 de Noviembre)? Mis disculpas.

La buscadora de perlas de Jeff Talarigo

  Es la segunda vez que, sin esperarlo, la lepra aparece en una novela que leo sobre Japón. El título de esta es La buscadora de perlas, pero podría haber sido El zapatero o El herrero, ya que a las cuarenta páginas el oficio de la protagonista pasa a un segundo plano y la enfermedad lo ocupa todo. Por tanto, el nombre es engañoso. Y ya puestos, yo no la consideraría una novela con todas las letras porque le falta lo fundamental: una historia.

La buscadora de perlas, la señorita Fuji (probablemente Fuji-san en japonés, como el monte sagrado) entra por primera vez en la leprosería de la isla de Nagashima a los diecinueve años en el año 1949 y allí permanece hasta que se convierte en anciana. Fin. Su gran valor es el de ser testigo de la evolución de la enfermedad, de su tratamiento y de la marginación social a la que fueron sometidos los enfermos. Los capítulos son cortos, tienen nombres de artefactos que despiertan recuerdos y poco más. Fuji-san tiene que cambiarse de nombre, su familia la rechaza, se siente sola, se convierte en enfermera del centro, asiste en los abortos provocados por los médicos, intenta mantener contacto con otras islas y sufre castigos por ello. Pero, a mitad de la novela, cuando las autoridades sanitarias empiezan a ver la enfermedad con otros ojos, el testimonio de Fuji-san pierde interés. Y como no hay hilo argumental, el final resulta un poco torpe.

Todo esto no significa que lo que cuenta Talarigo no sea terrible, pero hubiera sido igual de impactante en un ensayo, en un relato con testimonios de enfermos o incluso en un tratado médico sobre la lepra. Que no exista diferencia entre una novela y los demás géneros, la convierte en una «no-novela». Con personajes planos, sin desarrollar, meros testigos, una buena documentación y muy poco más.

La agonía y el éxtasis de Irving Stone

  La Piedad de Miguel Ángel se encuentra cerca de la puerta que se abre solo en los jubileos. Está encerrada y protegida por cristal antibalas porque un loco intentó destrozarla con un martillo en el año 1972. Los turistas se detienen para hacer fotos pero pocos para observarla. Los guías hablan del atentado, de las armonías de la escultura y de cuando Miguel Ángel esculpió la famosa frase de «Miguel Ángel Buonarroti, florentino, la hizo». Para evitar confusiones.

 Esculpió hacia arriba del bloque, empleando su conocimiento de las formas que ya había liberado de él en la parte inferior, y una intuición, tan antigua y profunda como el largo entierro del mármol, para alcanzar la expresión de María, que emergía no tan sólo de su emoción sino del sentimiento de la escultura toda. Estaba con su cabeza más baja que la de la Virgen, las manos frente a sus ojos, las herramientas inclinadas hacia arriba. El bloque lo veía cara a cara, el escultor y la imagen, ambos envueltos por la tierna y reprimida tristeza. No esculpiría una agonía. Los agujeros de los clavos en las manos y los pies de Cristo eran apenas diminutos puntos. No se veía señal alguna de violencia. Jesús dormía plácidamente en los brazos de su madre. Sobre las dos figuras se advertía una luminosidad. Su Cristo despertaba la más profunda simpatía, no aversión, en aquellos que estaban fuera de la escultura y eran los responsables.

La agonía y el éxtasis es una biografía novelada de la vida de Miguel Ángel y este fragmento forma parte de la descripción que Stone hace de la creación de la Piedad. Cuando estaba frente a la escultura no recordé este libro, pero anoche, mientras movía libros de un sitio a otro, de repente su portada se me apareció. Es difícil distinguir qué es ficción y qué realidad en una obra así, pero merece la pena solo por averiguar a qué se refiere con agonía y a qué con éxtasis.

Por último, del mismo modo que hay una persona encargada de que nadie se sobrepase con la estatua de San Pedro, yo propondría que hubiera otra cerca de la Piedad. Primero, para que la gente mantuviera silencio, los guías incluidos, y segundo, para que leyera un fragmento de este libro o de cualquier otro dedicado a Miguel Ángel. Para que los demás entendieran.