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Un lector llamado Federico García Lorca de Luis García Montero

I.

Una persona hace suya la literatura cuando busca en ella los sentimientos y las razones que le sirven para comprender el sentido de la verdad en su vida.

II.

Ni siquiera los seres más libres dejan de pertenecer a su tiempo, a su historia. En esta inercia paradójica, la familia, que es la primera institución de la máscara social vigilante, puede aparecer también como el primer refugio.

Poesía completa II de Federico García Lorca

EL SILENCIO

Oye, hijo mío, el silencio.
Es un silencio ondulado,
un silencio,
donde resbalan valles y ecos
y que inclina las frentes
hacia el suelo.

Poema del cante jondo

Y DESPUÉS

Los laberintos
que crea el tiempo,
se desvanecen.

(Sólo queda
el desierto.)

El corazón,
fuente del deseo,
se desvanece.

(Sólo queda
el desierto.)

La ilusión de la aurora
y los besos,
se desvanecen.

Solo queda el desierto.
Un ondulado desierto.

Las Inviernas de Cristina Sánchez-Andrade

Las InviernasCuando empecé a escribir Uno de libros la única condición que me impuse fue la de ser honesta con lo que extraía de los libros. Al principio lo cumplí a rajatabla. Últimamente, no tanto. Tengo muchos motivos, entre ellos la pereza y la vergüenza que me produce en algunas ocasiones admitir que ciertos libros ni siquiera me rozan la campanilla, pero quizá el más importante sea que la mayoría de las veces no sé explicar los porqués.

Llevo una hora pensando qué decir sobre Las Inviernas de Cristina Sánchez-Andrade y no soy capaz de enlazar tres oraciones con algo de sentido. Tengo claro que me ha decepcionado, pero la culpa es compartida. La mitad es mía porque leí una sinopsis y mi imaginación se montó una película que poco tiene que ver con la realidad. La otra mitad es de la novela. Le falta algo y creo que tiene que ver con la sangre que hierve. Las Inviernas son dos hermanas que regresan a Tierra de Chá, en Galicia, después de haber pasado unos años en Inglaterra. En la posguerra. A una aldea gallega con sus supersticiones y sus cotilleos. Dolores y Saladina son el saco de boxeo. Y a partir de aquí no sé cómo seguir porque salvo lo que le ocurre a la vaca Greta (llamada así por la Garbo) y los olores de Saladina, el resto me deja bastante indiferente.

Se me ocurre una pregunta. De las historias que nos contaron nuestros abuelos sobre la guerra, ¿cuántas recordamos y cuántas hemos olvidado? Otra: de las recordadas, ¿cuántas nos dejan indiferentes? Y la última: si Las Inviernas fuera una historia oral, ¿la seguiríamos recordando?

Una mañana de marzo de Joaquín M. Barrero

Una mañana de marzoEn ésta no hay barrio de la Arganzuela en el que yo crecí. En ésta no hay niños huérfanos ni tampoco matadero. Solo unos enviados a Rusia en la guerra. En ésta los recuerdos compartidos no están.

En ésta hay varios olores: a tercera novela, a intento de fracasado de variar la dinámica, a desatención y a falta de edición. En ésta siguen las lecciones históricas forzadas en algo así como «lo que pasó después del Big Bang». En ésta hay un error tan grave que oscurece todo lo bueno que alguien podría haber visto en ella: Barrero mata a un personaje en un capítulo y en los siguientes sigue vivo. ¿Quién podría seguir después de eso?

Una vez leí que Barrero escribía para palomiteros de verano y pensé que era injusto. Hoy no lo tengo tan claro porque tampoco sé con certeza que ese error sea editorial y no del manuscrito. Solo le queda una oportunidad.

El tiempo escondido de Joaquín M. Barrero

El tiempo escondido  Para escribir sobre El tiempo escondido voy a fingir que es la primera novela que he leído de Joaquín M. Barrero y que lo he hecho por primera vez. De ese modo evitaré tener que hablar sobre lo malo de repetirse en todo lo que uno escribe, funcione o no.

Este autor, que empezó a publicar cuando tenía más de sesenta años, tiene dos cualidades tan positivas para mí que están por encima de cualquier otra consideración literaria. La primera tiene que ver con el barrio de la Arganzuela de Madrid, barrio en el que se crió Barrero. También en el que yo crecí. En El tiempo escondido es un personaje más, sobre todo la zona que va desde la plaza de Legazpi hasta el Paseo de Yeserías. El matadero municipal, por ejemplo, ahora centro cultural, en mi niñez era un parque más o menos apañado al que los jóvenes íbamos a darnos el lote. En la de Barrero era lo que su nombre indica, el edificio de la carne. Cuando yo era niña patearse la calle era un modo de divertirse, así que, como el autor, yo también conozco cada esquina de la Arganzuela. Leer una novela en la que los lugares descritos son como tu casa es al mismo tiempo extraño y reconfortante.

La segunda es la sobresaliente capacidad narrativa de Barrero. Cuenta historias de la guerra y de la posguerra utilizando un señuelo en forma de detective del siglo XX (que se llama Corazón) al que piden que investigue la aparición de dos esqueletos en una iglesia asturiana. Siempre me han gustado las historias de la guerra. Probablemente porque he oído pocas. Mi abuela materna contaba una de una gallina que ponía huevos de oro en su pueblo de cuya veracidad dudo. Mi abuela paterna se subía a los tejados de las casas de Madrid para ver cómo «peleaban» los aviones. Pero esto solo lo sé de oídas porque cuando yo nací ella ya había fallecido. El resto es mutismo. Supongo que porque duele recordar lo que otros rememoraban. Por segunda vez, las historias de Barrero me hacen sentir como en casa. Y se lo agradezco.

El resto de consideraciones las guardo para otras novelas.