Dicen que es la novela que mejor retrata lo que siente un adolescente. No estoy en condiciones de discutirlo pero sí puedo matizar algo: mi yo adolescente no se parecía en nada a Holden Caulfield, su protagonista, salvo en que yo también fumaba. Obviamente no puedo tomar una parte por el todo, pero si hago memoria no logro encontrar a ningún Holden en mi entorno. Es más, ahora en la supuesta madurez sí que podría nombrar a un clon, tan exacto que creo que si leyera la novela se quedaría pasmado.
Me irrita la condescendencia con la que se trata a El guardián entre el centeno. Lo que cuenta no tiene importancia porque el joven un día se despierta siendo adulto y toda la rebeldía, todas las dudas y toda la desidia han desaparecido de repente, ¿no es así? No. ¿No? Hay una época de transición. Incluso en la madurez sigues teniendo muchas más dudas que en la juventud. ¿De verdad? De verdad… Echa un vistazo. Que un adulto haga lo que tiene que hacer no significa que esté haciendo lo que quiere hacer. Su problema es que ya no puede escapar, pero las dudas siguen ahí y creo que para siempre. Utilicen el lenguaje que utilicen.
Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan a él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno…
Alguien me dijo una vez que ya está todo escrito. Por eso busco todas las respuestas en los libros. Desde que leí esta novela hace seis años, este párrafo ha sido la respuesta a mi pregunta de qué estoy haciendo con mi vida… «Yo sería el guardián entre el centeno…»