Jean-Luc Robin conocía las leyendas maravillosas que circulaban sobre el párroco de Rennes-le-Château desde que tenía siete años. Ya adulto, vivió durante mucho tiempo en la mansión que se construyó Bérenger Saunière y a lo largo de los últimos años de su vida dedicó su tiempo a convertir gran parte del pueblo en un museo al que, desde entonces, han acudido miles de curiosos de todo el mundo. Como hombre detrás de la barra, Robin tuvo acceso a todo el archivo de Saunière y fue testigo de las barbaridades que los cazatesoros cometieron con el pueblo (no en vano está prohibido excavar).
La historia de Rennes-le-Château y de su párroco es el cuento de un hombre que se hizo millonario después de encontrar un tesoro en las obras de reforma de la iglesia. En lo que nadie se pone de acuerdo es en el contenido de ese tesoro: si oro, si documentos capaces de derrocar a los poderes mundiales, si la prueba de que Jesús fue hombre, se casó y tuvo hijos o si Saunière se forró vendiendo misas de forma ilegal (es decir, sin declarar los beneficios a sus superiores). Robin no demuestra nada porque no hay nada que demostrar. Se limita a hacer un recorrido por la vida del párroco y por la situación del pueblo desde finales del siglo XIX hasta la actualidad. No le hace falta desmentir ciertas teorías porque escapan al sentido común pero su opinión se acerca más a la de los que piensan que el cura encontró algo en las famosas obras. Aun así, es el libro más serio y mejor documentado de todos los que he leído sobre este tema.
Y hay algo más de lo que Robin habla y que muchos que van al pueblo ignoran porque están demasiado ocupados buscando el tesoro: el paisaje. Rennes-le-Château está en una colina a la que se accede por una carretera llena de curvas. Son diez kilómetros desde el plano hasta la cumbre. Yo estuve allí hace tres años en una mañana de Junio y creo que muchos deberían replantearse el concepto de tesoro.