I.
Tal es, precisamente, la función de los clásicos en literatura. ¿Les admiramos porque sabemos que es de buen tono cultural? Yo creo que lo más admirable en ellos es que hayan sabido ganarse la admiración de tantos a los largo de siglos. Porque lo importante -la savia de cualquier arte que quiere producir algo más que simple agrado- es la duradera admiración humana: cuenta más nuestra capacidad de admirar que los criterios con que se discierne (y a veces pretende codificarse) lo admirable.
II.
Pero también que las personas normales no aspiran al Reino de los Cielos ni a la perfección semejante a él sobre la tierra, sino a mejorar su condición de forma gradual y eficiente. Existe en la mayoría de las personas (…) una decencia común y corriente que consiste, según la glosa de Bruce Bégout, «en la facultad instintiva de percibir el bien y el mal, frente a cualquier forma de deducción trascendental a partir de un principio». Es lo que hace que, más allá de izquierdas y derechas, existan buenas personas en los dos campos o a caballo entre ambos. En cuanto prevalecen, el mundo mejora. Por cierto, siguiendo esta vena de benevolencia utopista, Orwell descubrió cuando estuvo en Cataluña durante la guerra civil que los españoles tenemos una dosis de decencia innata, tonificada por un anarquismo omnipresente, más alta de lo normal y gracias a la cual nos salvaremos de los peores males…