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El viaje

En el país de los diosesLlevo casi dos meses ausente. Porque no leo. Porque no puedo concentrarme más de dos minutos. Tengo la mente en otra parte. Me voy a Japón.

Tengo un ebook. Lo he llenado de libros gratuitos. Uno de viajes de Darwin. Galdós. El Príncipe. Muchos relatos de Dickens. De Mark Twain. La Eneida. Bastantes más. Voy por poco tiempo.

Antes de ayer, tumbada en la cama, pensé en El maestro de Go. Me lo llevo. Volveré a leerlo. Voy a ir a Kamakura, a presentar respetos. A compartir, a rogar, a hablar con una lápida. También me llevo En el país de los dioses. Para que Hearn me haga compañía. Para no sentirme estúpida.

Ir a Japón no es bajar al portal a abrir la puerta si no funciona el telefonillo. Es lo que yo quiera que sea. Como un chicle, por ejemplo. Lo voy a poder estirar, doblar, hacer globos con él, explotarlos, saborearlo e incluso tragármelo si quiero. Es la primera vez en mi vida adulta que tengo tanta libertad. Pero lo más importante no es la excitación por fingir ser otra persona en un país desconocido. Lo mejor es la posibilidad de ser yo misma.

Por primera vez voy a desear con libertad unos labios húmedos que se desprenden de una armónica. Y un cuello sudoroso con un lunar. Y varios más en hilera, debajo del ojo derecho. Y un ceño fruncido que sufre y una boca descomunal.

Por ejemplo.

Qué importante es el deseo.

Diarios 1984-1989 de Sándor Márai

Diarios 1984-1989  Hubo un tiempo en el que Sándor Márai era para mí el hombre sabio que tenía respuestas para todo. Me atraían más sus diarios que sus novelas. Era uno de esos momentos que suelen darse cada cierto tiempo en la literatura actual. Una editorial se arriesga a traducir a un autor desconocido, tiene más éxito del esperado y en menos de dos años prácticamente toda la obra del escritor está en las librerías. Demasiada exposición. Aunque en mi caso y otra vez, más a las novelas que a los diarios.

Hace unas semanas, con intención de hablar aquí de ella, intenté releer La mujer justa. No lo conseguí. Decidí que mi recuerdo era más importante que una entrada en un blog. De algún modo se lo debía a Márai. La segunda opción fue releer sus diarios y empecé con el último, el que abarca los últimos seis años de su vida. Cuando terminé la primera vez me cabreé. No entendía cómo habían dejado morir solo a un hombre tan valioso. Con la típica inocencia de una aficionada, pensé que con once años yo podría haber estado a su lado, en San Diego, a miles de kilómetros. Esta vez ha sido diferente.

Antes de Gutenberg, el conocimiento en todas sus acepciones entrañaba un gran sacrificio, pues había que buscar incansablemente la materia que se deseaba aprender. En cambio, hoy en día la erudición ha dejado de representar un sacrificio; si uno no lo sabe todo acerca de lo que habla, es por simple pereza. La auténtica virtud reside en ofrecer algo nuevo y original a partir de estos conocimientos previos.

Empieza fuerte pero enseguida se desinfla. Muere su mujer. Fallece su hijo adoptivo con 46 años. Él es un anciano lúcido pero cansado. No tenía ganas de escribir. Apenas se movía. Estaba triste. Repite una y otra vez las palabras del delirio de su mujer: «qué lento muero». Se compró una pistola y se pegó un tiro. No quería morir en un hospital. La última entrada está escrita a mano. Sigo queriendo estar con él. Necesita cariño. Pero ya no estoy cabreada, solo triste. Valía tanto.

EDITO: Ya hay otra entrada de este libro. Lo había olvidado. Ésta tiene más valor porque acababa de leerlo por segunda vez. Espero que esto no me ocurra a menudo…