Las uvas de la ira de John Steinbeck

Tom Joad sale de la cárcel después de cumplir condena por haber matado a un hombre en una pelea. Vuelve a su granja de Oklahoma. En el camino se encuentra a un camionero, a una tortuga y a un predicador. Se queda con los dos últimos. El polvo de la sequía y la mugre de la depresión lo cubren todo. Además, han aparecido unas máquinas que sustituyen a las manos de los hombres en el trabajo: los tractores. Cuando llega, sus padres y sus hermanos están a punto de marcharse. Quieren ir a California antes de que el hambre los devore. Tienen unos papeles en los que se pide jornaleros para recoger la fruta.

Lo primero que pierden por el camino es al perro, atropellado en una de las primeras paradas para repostar. Después, el hermano mayor decide que quiere la libertad y se aleja flotando en un río. Antes, el abuelo muere por desarraigo. Después, la abuela de pena. El marido de la hermana pequeña, embarazada, también abandona el grupo. Ninguna de las desapariciones son dramáticas, quizá porque la obsesión de todos es la supervivencia y no pueden parar a dolerse. Lo duro es que no están solos. Por la carretera 66 hay cientos de familias como los Joad. Los californianos, algunos atrapados por la codicia y otros por los bancos, pagan miserias de salario. Los okies, así los llaman despectivamente, amenazan su forma de vida, así que los desprecian, los maltratan y los acorralan. Sin tierra prometida, Tom también decide marcharse. Y tras una cosecha de algodón cuyo beneficio la familia se gasta en comida, las aguas torrenciales llegan a California. Entonces sí que están atrapados porque la chica se ha puesto de parto. No pueden marcharse. El niño nace muerto. El camión está ahogado. Caminan empapados hasta un granero. Allí un hombre se muere de hambre. Su hijo dice que necesita leche…

Qué gran novela. Qué bien montada. Qué hábil Steinbeck al intercalar panorámicas con la historia de la familia Joad. Qué gran metáfora el título, Las uvas de la ira. Y la de la lluvia que todo lo arrasa cuando ya no queda nada.Qué buenos los capítulos de la tortuga y de los bancos. Qué ejemplo deberían ser para la depresión por la que pasamos. Qué sabiduría.

Temed el momento en que dejen de caer bombas mientras vivan quienes las lanzan, pues cada bomba es una prueba de que el espíritu no ha muerto. Y temed el momento en que paren las huelgas mientras sigan vivos los grandes propietarios, pues cada huelga sofocada es una prueba de que se ha dado el paso. Y esto podéis saber con certeza: temed el momento en que el hombre no sufra y muera por una idea, pues esa sola cualidad constituye su esencia misma, esa sola cualidad es el hombre y lo que lo diferencia del resto del universo.