Cuando hace dos años hablé de Una vacante imprevista, la anterior novela de J. K. Rowling antes de que decidiera (sabiamente) emplear un seudónimo, proclamé que no me iba a interesar nada de lo que escribiera en un futuro. Y, sin embargo, no he podido resistirme a El canto del cuco. Los motivos son los de siempre: la curiosidad y una pizca de lealtad. ¿Cómo será lo que ha escrito bajo seudónimo? ¿Cómo se enfrentará a la novela negra? ¿Las buenas críticas tendrán su base?
Empiezo por la respuesta a la segunda pregunta. El argumento, la historia, el caso no es ni mejor ni peor que otros. Simplemente es. Desde mi punto de vista, solo sirve como excusa para acompañar al desarrollo de Cormoran Strike, el detective de la triste, enorme y peluda figura. Lo importante no es quién mató a la modelo sino quién lo investiga. Su ayudante a tiempo parcial, Robin, también es trascendente, pero solo por su relación con él (de momento). El canto del cuco ha sido para mí como volver a jugar Gabriel Knight por primera vez. Gabriel es Cormoran, Robin es Grace. Hay diferencias, por supuesto, pero las bases son tan similares que la comparación es inevitable. Rowling nunca ha sido muy original y a mí nunca me ha importado.
Y hay un par de cosas más que me gustaría decir. Me gustan las citas de los clásicos (Lucio Accio, Boecio, Virgilio, Tennyson) y Rowling siempre será una narradora excelente. De las seiscientas páginas que tiene la novela, más de la mitad podrían ser paja pero no me di cuenta por su gran capacidad de describirlo todo sin sumirme en un sueño profundo. Leeré el siguiente.