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Canción de hielo y fuego de George R. R. Martin

  Aunque parezca mentira, unos cuantos años antes de que se estrenara la serie de televisión encontrar alguno de los libros de Canción de hielo y fuego era una tarea imposible. Por eso, cansada de esperar, pedí prestado el primero. Cuando lo terminé, tenía el nivel de entusiasmo tan alto que lo único que quería era que alguien me destripara la historia sin compasión. Quería saber más. Mi contrincante, sabio, se negó. Lo que sí hizo fue dejarme caer en el pozo de la desesperación al recordarme que Danza de Dragones, el último, estaba sin terminar y sin fecha de publicación. Pero salí pronto. Tenía tres libros aún por delante. «No sabes nada», debió de pensar él.

Tenía razón. Si ahora mismo pudiera pedir un deseo literario, me gustaría que fuera el de leer Canción de hielo y fuego de un tirón y terminado. Sobre todo porque necesito quitarme la sensación de reloj de arena que me causa el desarrollo argumental. Me explico. En Juego de Tronos, Choque de Reyes y Tormenta de Espadas, la historia crece en un entorno amplio compuesto por el Muro, Invernalia, Desembarco del Rey y los satélites. El norte y el sur (y Daenerys). Tormenta de Espadas marca el punto más estrecho del reloj, el clímax narrativo, el momento a partir del cual se espera el desenlace, aunque sea lento. Sin embargo, ni Festín de Cuervos ni Danza de Dragones son el final de nada, sino todo lo contrario: la parte del reloj que se vuelve a ensanchar hasta límites desconocidos con nuevos personajes y nuevas tramas. Cada lector espera algo diferente de la historia. En mi caso, yo quiero venganza, pero me temo que voy a quedarme con las ganas. Primero porque la historia no es mía y si en algo es bueno Martin es en hacer lo que quiere con el lector y sus expectativas. Segundo porque me he vuelto pesimista y empiezo a dudar del autor y de su capacidad para solucionar el gran lío en el que se ha metido. Y tercero, porque si alguna vez leo el final, temo que no esté a la altura de los tres primeros libros.

Pese a todo, siempre admiraré la forma de escribir de George R. R. Martin. Al margen de su imaginación y de su creatividad, hay dos aspectos de su narrativa que lo convierten en un escritor diferente. El primero es su capacidad para no dejarse llevar por simpatías maniqueas ni por expectativas: mata, mutila y ningunea a sus personajes sin ningún pudor si hacerlo así conviene a la historia que estoy segura que tiene en mente desde la primera letra que escribió. El segundo es su habilidad con la manipulación de las voces narrativas. Durante muchos libros puedes pensar que cierto personaje es un malnacido hasta que Martin le da voz. Después todas tus ideas preconcebidas desaparecen.

Teniendo en cuenta la velocidad a la que escribe Martin y que soy bastante inquieta con mis proyectos, quizá cuando publique los siguientes libros este blog ya no exista. Por eso creo que ahora es el momento de confesar algo que me da bastante vergüenza con la esperanza de que se hunda cuanto antes bajo el peso de las demás entradas… Yo conseguí superar mi miedo a conducir gracias a la frase que Arya Stark siempre se repite: «el miedo hiere más que las espadas».

:)