Vitrina pintoresca de Pío Baroja

Vitrina pintorescaRepartió su amor entre todos. Divagó sobre la pérdida de lo pintoresco en los pueblos de España, definió los charlatanes y estudió a los verdugos y a sus ajusticiados. Dedicó muchos de sus pensamientos a los vagabundos, a los mendigos, a los gitanos, a los judíos -con los que es muy injusto-, a los jesuitas y a los masones. Se burló de los extremismos, de muchos tópicos literarios, contó anécdotas históricas y mostró su admiración por los ríos españoles, por el campo y por las conversaciones que mantuvo en sus viajes.

[…] Las mujeres de un prostíbulo, unas cuantas jóvenes vestidas de claro y una vieja, han sacado sillas a la calle, hacen su tertulia pacíficamente y toman el fresco. Nos detenemos un momento a mirarlas. Tiene el grupo en la luz crepuscular un aire de cuadro impresionista.
Una vieja de negro, al pasar, nos dice con desdén, señalando a las otras:
– Esas mujeres son de la vida.
La vieja del prostíbulo replica amablemente:
– Pues sí que usted, señora, debe de ser de la muerte.
Esta frase, como de aceptación de la miseria, me parece algo triste y resignada. Indica demasiada cordura.

Debió de reírse mucho al escribir el artículo dedicado a las epigrafías callejeras (Avajo esos escalabajos cavernicolas). Se puso un poco morboso con el de los horrores de las ferias, con el de las calles siniestras y con el de los demonios del carnaval. Muy serio con la hispanofobia, con ciertos términos literarios y con la hipocresía de las mujeres.

El erudito era él y yo me pregunto qué pensaría ahora.

 

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