Diario de un seductor de Sören Kierkegaard

Lo compré porque un fragmento en otro libro me llamó la atención. Leí la introducción de Jorge del Palacio Martín en un viaje en tren a Madrid y dejé el resto para mejor ocasión. Ayer cerré sus tapas con sensación de cabreo.

Cabreo porque no he sido capaz de contextualizar el texto. A pesar de que Kierkegaard narra simplemente la historia de cómo Juan seduce a Cordelia para después abandonarla en cuanto consigue lo que quiere, no puede desligarse de su condición de filósofo y la red con la que el seductor envuelve a la inocente Cordelia es la misma que utiliza para hacer una crítica sutil a las personas que son incapaces de ir más allá de la fase de la estética.

Sin embargo, la condición de humanista y de individualista del filósofo parece que solo se aplica al hombre. Y precisamente ahí es donde me pierden las emociones. Por dos razones. La primera, porque mientras leía lo poco que Cordelia se entera de la manipulación a la que es sometida, tenía que asentir como una tonta al verme reflejada. La segunda porque me cuesta mucho creer que ella no percibiera nunca esa manipulación. Y soy consciente de la paradoja de las dos emociones.

Quizá la intención de Kierkegaard era precisamente esa: llevar al lector más allá de la estética, incluso de las palabras, presentando a un Don Juan despreciable y misógino y a una Cordelia cuyo segundo nombre tendría que haber sido florero.