La voz dormida de Dulce Chacón

La voz dormida De la primera vez solo recuerdo la cárcel de mujeres de Ventas, algunos fragmentos de las colas de familiares esperando a sus puertas y los encuentros entre Pepita y El Chaqueta Negra. Durante años he recomendado esta novela solo por la impresión que dejó en mí. Un rastro que iba desde la curiosidad por todos aquellos que tuvieron que callar durante la represión franquista (por eso quizá lo de la voz dormida) hasta la espera del ser amado que tantas veces había visto en la literatura, en el cine y en la televisión. Cinco años, diez, diecinueve años esperando…

La segunda vez tengo que matizar. Hay otro aspecto de La voz dormida que es importante: el lenguaje. Dulce Chacón era poetisa y, por eso, en su modo de contar la historia no duda en utilizar todos los recursos poéticos de repetición que conoce. Hay anáforas, anadiplosis, concatenaciones, derivaciones, epanadiplosis y epíforas. Constantemente. El efecto es dotar de ritmo, claro, pero uno frenético, parecido al del bombo de la lavadora, que marea pero que también introduce al que lee en los torbellinos que son las vidas de sus personajes. Un ejemplo:

Hasta que llegue la ratificación de la sentencia, las presas pasarán las mañanas en el patio intentando engañar a la tristeza. Por las tardes no será posible el engaño, porque la noche se acerca, porque se acerca la hora de las sacas, se acerca la hora en que la funcionaria puede llegar con las listas en la mano. La alegría de las mañanas caerá por las tardes con la amenaza del sonido de las listas.

No hay muchos novelistas que se atrevan a utilizar el aspecto formal de lo que escriben como un elemento más de la historia que quieren contar. Es muy arriesgado y hay que ser muy preciso. Con sus repeticiones, Dulce Chacón recurre a los sentimientos y a las emociones. Si no hubiera abusado tanto, conmigo lo habría conseguido.

 

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